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Alguien escribió una alegoría. En ella, la Gran Recesión dice a losperdedores: lamentamos sinceramente el destino que habéis tenido, pero las leyes de la economía son despiadadas y es preciso que os adaptéis a ellas reduciendo las protecciones. Si os queréis enriquecer debéisaceptar previamente una mayor precariedad.Este es un libro de economía política que polemiza con esa falsa salida a la crisis. Paraconseguir el control social de la misma se ha instalado «la economíadel miedo». Este ?que siempre ha sido un fiel aliado del poder? adopta rostros inéditos: ya no se trata de los temores tradicionales, quesiguen existiendo, sino del miedo al «otro», al que viene a disputarlos pocos empleos, a la inseguridad económica, a una distribución dela riqueza cada vez más regresiva y, sobre todo, el miedo a quenuestros representantes, aquellos a los que hemos elegido para que nos a ayuden a resolver los problemas públicos, no puedan hacerlo porquelas decisiones ya no se toman en los parlamentos, sino en otrosterritorios alejados, oscuros e impersonales. Se ha multiplicado elpoder fáctico de los mercados. El dibujante El Roto lo ha resumido enuna vi?eta que decía: «Tuvimos que asustar a la población paratranquilizar a los mercados».Los ciudadanos temen que sus hijos vayana vivir peor que ellos. Y estos últimos opinan que el sistema que noles acoge con normalidad es fallido, corrupto, indiferente eirresponsable.Un siglo después, ha vuelto el debate sobre elequilibrio entre la democracia y el mercado.Alguien escribió una alegoría. En ella, la Gran Recesión dice a losperdedores: lamentamos sinceramente el destino que habéis tenido, pero las leyes de la economía son despiadadas y es preciso que os adaptéis a ellas reduciendo las protecciones. Si os queréis enriquecer debéisaceptar previamente una mayor precariedad.Este es un libro de economía política que polemiza con esa falsa salida a la crisis. Paraconseguir el control social de la misma se ha instalado «la economíadel miedo». Este ?que siempre ha sido un fiel aliado del poder? adopta rostros inéditos: ya no se trata de los temores tradicionales, quesiguen existiendo, sino del miedo al «otro», al que viene a disputarlos pocos empleos, a la inseguridad económica, a una distribución dela riqueza cada vez más regresiva y, sobre todo, el miedo a quenuestros representantes, aquellos a los que hemos elegido para que nos a ayuden a resolver los problemas públicos, no puedan hacerlo porquelas decisiones ya no se toman en los parlamentos, sino en otrosterritorios alejados, oscuros e impersonales. Se ha multiplicado elpoder fáctico de los mercados. El dibujante El Roto lo ha resumido enuna vi?eta que decía: «Tuvimos que asustar a la población paratranquilizar a los mercados».Los ciudadanos temen que sus hijos vayana vivir peor que ellos. Y estos últimos opinan que el sistema que noles acoge con normalidad es fallido, corrupto, indiferente eirresponsable.Un siglo después, ha vuelto el debate sobre elequilibrio entre la democracia y el mercado.