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Aleksandr Zhilin no es un soldado ejemplar, es un mero intendente obligado a comerciar con carburantes para sobrevivir; vende, sin escrúpulo alguno, tanto a los chechenos como a los federales, ya que, en esta terrible confrontación, el dinero es el único denominador común. Una remota leyenda caucásica cuenta que Asán era un ser alado y sangriento cuyo rastro parece haberse desvanecido con el tiempo, pero que resurge a través del santo y seña de los insurgentes, «Asán ansía sangre». Sin embargo, para Zhilin la consigna del enemigo no es otra que «Asán ansía dinero», ya que en el mundo que recrea Makanin, con su prosa vívida y descarnada, sangre y dinero son intercambiables. El lector se encontrará con un fresco al estilo impresionista no sólo de la Rusia postsoviética, sino también de la guerra, ese extravío capaz de avivar la crueldad incluso en los más inocentes.